A las 6.30 de la mañana tocaba levantarse para desayunar e irse al aeropuerto. Como ya hemos comentado, todos los transportes principales de Amsterdam parten de la Estación Central, y el tren al aeropuerto no iba a ser una excepción, así que para allá nos encaminamos. De nuevo fuimos con bastante tiempo de sobra, y menos mal que lo hicimos porque al volar con KLM, la compañía local, las colas para facturar y para pasar los controles de seguridad eran mucho más largas que en Madrid, donde me figuro que habría el mismo follón en las zonas de embarque de los vuelos de Iberia. Pensábamos que a lo mejor teníamos suerte y coincidíamos con los luchadores de sumo en la zona de embarque, aunque como más tarde nos enteramos estos ya habían salido hacia Tokio la noche anterior y prácticamente ya estaban en su casa cuando nosotros aún no habíamos salido. La cuestión es que a eso de las 12.30 ya estábamos en Madrid tras un vuelo la mar de tranquilo que incluso nos incluyó de propina una vueltecita extra sobre el nublado cielo de Madrid, suponemos que esperando a que quedase alguna pista libre para poder aterrizar.
Nos fuimos al metro y Rubén y yo aún estuvimos charlando un ratito hasta que llegamos a la estación de Nuevos Ministerios, en donde nos separamos. Yo aún tenía que ir a la estación de Chamartín a tomar el tren de vuelta a León, aunque llegué con tiempo de sobra para poder comer algo antes de subir al tren. A las 17.45 entraba en mi casa, poniendo de esta manera punto y final a una nueva aventura tras los pasos de los sumotori, en un fin de semana fabuloso del que seguro que cualquiera que lea estas líneas hubiera disfrutado tanto o más que nosotros. Esperemos que haya otro torneo así pronto en Europa para repetir la experiencia.