Primer contacto con el sumo

Primer contacto con el sumo


Está claro que habituarse a un nuevo horario no es nada fácil. En verano entre Japón y España hay siete horas de diferencia y eso lo iba yo a notar durante los primeros días, ya que me despertaba todos los días entre las 4 y las 5 de la mañana, lo cual para mi era una enorme ventaja porque me permitía usar el baño y la ducha sin tener que esperar cola y estar ya en la calle cuando el sol acababa de salir. Y no os hacéis una idea de lo que se agradecía salir aún con el fresquito de la noche en una ciudad en la que la tremenda humedad hace que 26 grados de temperatura se conviertan en un horno, sobre todo para los que somos del interior y no estamos acostumbrados a esos niveles de humedad tan elevados.

 

Mark y yo habíamos quedado en una de las salidas de la estación de Ueno para ir hasta la Musashigawa beya a ver el keiko. Sin ninguna duda tengo que decir que seguramente mi viaje no hubiera sido el mismo sin él y que pocas veces me he encontrado a gente más dispuesta a ayudarme con algo que él. Mientras esperábamos a otros amigos que nos iban a acompañar, tuve la oportunidad de sacarme mi primera bebida de una de las miles de máquinas expendedoras que hay repartidas por toda la geografía de Japón, y que mejor que sacarme una bebida de te verde, tan típica de Japón. Fue la primera y única vez que lo hice, porque desde entonces me dediqué a sacar solo refrescos conocidos y dejarme de experimentos. Sí, sé que a mucha gente le gustará el te verde y seguramente no estará de acuerdo conmigo, pero debo reconocer que sin duda no ha sido la mejor bebida que me he tomado.

Mark lleva ya años viviendo en Japón y domina bastante bien el idioma, por lo que fue toda una ayuda contar con él a la hora de comunicarse con los japoneses. Y es que todo aficionado al sumo debería de tener algunas nociones básicas de japonés para poder tener alguna que otra conversación básica con los propios luchadores, algo que en mi caso no pude realizar.

 

El antiguo luchador Wakanoyama estaba al cargo del asageiko de la Musashigawa y no nos puso ninguna objeción a la hora de poder observar las evoluciones de los luchadores. Además esta es una de las heyas con mayor número de luchadores enrolados en sus filas, así que había muchísima gente realizando todo tipo de actividades. Cuando llegamos tan sólo estaban practicando los luchadores de las categorías inferiores, aunque al poco tiempo comenzaron a aparecer los sekitori; Kakizoe, Buyuzan, Miyabiyama y Dejima. Ninguno de ellos realizó ningún tipo de entrenamiento más allá de los típicos shiko o de ofrecer su pecho a los jóvenes para fortalecer su entrenamiento, y es que a tan sólo dos días del inicio del Aki Basho a ninguno parecía apetecerle forzar en demasía con el riesgo de una posible lesión, mientras los demás rikishi, esos sí, luchaban entre con fuerza unos contra otros.

Quizás el momento más impactante de la mañana fue la llegada del antiguo Yokozuna Musashimaru a presidir la sesión. Y es que en ese momento todo se paralizó, los luchadores acudieron humildemente a saludarle uno tras otro y el propio Wakanoyama le cedió su sitio para que dirigiera los entrenamientos. Debo reconocer que nunca he visto a una persona tan voluminosa como el hawaiano. Impresiona además la seriedad que refleja su rostro, aunque todas las indicaciones que les hizo a los rikishi de la heya fueron siempre correctas y sin levantar la voz. Incluso tuve la oportunidad unos días más tarde de hacerme una fotografía con Toki (y que tenéis sobre estas líneas) y con él a lo que ambos accedieron muy amablemente.

Tras finalizar el keiko llegaba el momento de acudir al barrio de Ryogoku para ver por primera vez el famoso Kokugikan, un gran pabellón de sumo con un diseño muy oriental que desde el primero momento te atrae irremisiblemente. El interior no se podía visitar porque aún estaban con los últimos preparativos para el torneo, así que nos fuimos a visitar el museo de sumo. La verdad es que puede que sea lo menos interesante de todo el recinto. Tan sólo algunas fotografías antiguas y poco más. Creo que podían esmerarse un poquito más con el contenido del mismo.

Tras despedirnos de nuestros amigos polacos, Mark y yo nos fuimos a comer a un pequeño restaurante de la zona especializado en tempuradon (arroz con verduras y mariscos rebozados), un sitio típico muy barato y de una calidad excelente, como casi todos los restaurantes japoneses. Comer en Japón es toda una delicia, el sabor de los alimentos es muy bueno y el precio es más que asequible, siendo incluso más barato comer en cualquier restaurante normalito de Japón que hacerlo en otro de las mismas características de España. Después nos dimos una vuelta por el barrio para ver algunas heyas, aunque sólo por fuera porque al ser la hora de comer no había opción de que te dejaran entrar a molestarles en un momento tan importante para los luchadores de sumo. El resto de la tarde la dediqué a pasear por Akihabara (la zona de tiendas de aparatos electrónicos) y Jimbocho (la zona de librerías). Como además me fui andando de una parte a otra de la ciudad, al volver al hotel estaba tan cansado que me metí en la cama enseguida y me debí quedar dormido muy pronto, por lo que recomiendo a todo el mundo que se pegue unas buenas caminatas si lo que quiere es evitar que le molesten los a veces bastante ruidosos compañeros de la habitación de al lado. Yo ni me enteré de que había alguien.

El día siguiente tenía un aliciente especial, y es que iba a poder entrar por primera vez al Kokugikan. A las 10 de la mañana estaba allí con mis cámaras para grabarlo todo y sacar todas las fotos que pudiera. En la entrada me encontré a John Gunning, al que reconocí por ciertas fotos que había visto suyas en internet, y él me presentó a una chica alemana llamada Verena que lleva menos de un mes en Japón y que va a pasar 10 meses con una beca de estudios. La chavala en cuestión estaba emocionada porque es una adolescente que en vez de estar chalada por Beckham o por los Backstreet Boys lo está por los luchadores de sumo. En fín, está claro que siempre hay gente peor que yo. Cuando se abrieron las puertas del Kokugikan, entramos para ver la ceremonia de bendición del dohyo, un acto muy interesante para el que se reúnen todos los pesos pesados de la Nihon Sumo Kyokai que, sentados alrededor del círculo de lucha, observan respetuosamente como varios gyoji vestidos como sacerdotes sintoístas realizan una serie de ceremonias tradicionales que culminan con la introducción de varios productos típicos (arroz, calamares, sake…) en un agujero en el centro del dohyo que luego es tapado cuidadosamente por los yobidashi. La entrada es libre y la ceremonia apenas dura unos 20-30 minutos, y como no había mucha gente nos pudimos sentar en una de las primeras filas. Todos los oyakatas principales estaban sentados alrededor del dohyo. Reconocí a gente como Kitanoumi, Naruto (Takanosato), Fujishima (Musoyama), Ajigawa (Asahifuji), Kokonoe (Chiyonofuji) y sobre todo a Takanohana, que ha adelgazado muchísimo y que parece mucho más joven que cuando se retiró.

Al terminar estaban fuera Asashoryu y Hakuho ya que presentaban los cuadros que se colgarían al día siguiente en la inauguración del torneo por ser los vencedores de los dos últimos disputados. La verdad es que impresiona ver de cerca de dos grandes luchadores de la categoría de los dos mongoles. Personalmente me impresionó la altura y fortaleza de Hakuho, al que la televisión empequeñece sobremanera. Tras las fotos de rigor, los luchadores desaparecieron en el interior del Kokugikan, momento en el que John y yo nos fuimos a tomar un café a un bar cercano y luego dimos una pequeña vuelta por la zona. Como John se tenía que ir a trabajar (es profesor de inglés y tenía una clase) yo aproveché para ver el parque Yasuda que está junto al Kokugikan. No es que sea gran cosa pero con el calor tan sofocante que hacía era refrescante el poder estar rodeado de vegetación.

Después había quedado con Hiromi Abe, una amiga mía japonesa que había reservado mesa para comer en uno de los restaurantes de chanko de la zona. Estos restaurantes no son nada baratos, la verdad, pero es que la cantidad de comida que te puedes llegar a meter entre pecho y espalda es tremenda. La mesa tiene una cazuela eléctrica en el medio y los ingredientes se van introduciendo poco a poco, con lo que no hay peligro de que tanta comida se enfríe antes de que tengas tiempo de ingerirla. Simplemente os diré que no fuimos capaces de acabar todo lo que nos pusieron, y que además al final aprovechan el caldo que ha quedado después de cocinarlo todo para hacer una sopa con arroz que estaba buenísima, aunque el poquísimo espacio que me quedaba ya libre en el estómago hizo que apenas pudiera degustarla tanto como hubiera querido. Lo que entendí después de comer en este restaurante fue el por qué los luchadores de sumo engordan tanto al comer el chanko-nabe. Bufffff.

Al terminar tomamos el tren hasta la estación de Tokio y me acompañó hasta el centro Pokemon en donde le compré alguna cosilla a mi hijo, aunque la mayoría de las cosas que allí había eran para niños más pequeños. Por cierto, que como era sábado la tienda estaba abarrotada de gente, sobre todo de niños con una caras de alucine increíbles. Ahora siento no haberlo grabado porque merecía la pena verlo. Tras despedirme de Hiromi, que había quedado con su hermano que vive en Australia y que iba a pasar el fin de semana en Tokio, el resto de la tarde lo dediqué a dar una vuelta por la zona de Marunouchi y los jardines del Palacio Imperial. Después fui dando un paseo hasta Ginza, la zona más cara de Tokio que está plagada de tiendas, algunas españolas muy conocidas como Zara o Lladró. Después tomé el metro y me volví al hotel. Allí estuve con dos chicos de Barcelona que tenían mucho interés en ir a ver un día de sumo pero que se iban al día siguiente a Kyoto y no volverían a Tokio hasta el día 23. Estuvimos cenando en un restaurante de fideos japoneses, que son unos sitios muy baratos en los que te dan un tazón con fideos en una sopa y con algo por encima. Llena mucho y está muy bueno, y además cuesta muy poco dinero. Después nos fuimos a tomar unas cervezas a un bar que había por ahí cerca en donde tuvimos que aguantar a un japonés algo borracho que se empeñó en hablar con nosotros en un inglés horroroso, con lo que a la primera oportunidad que tuvimos le dimos esquinazo y nos volvimos al hotel. Me despedí de los catalanes y me fui a dormir, que el día siguiente se presentaba apasionante.